Las siete páginas del séptimo día by Alex Ponce Aguirre

Las siete páginas del séptimo día by Alex Ponce Aguirre

autor:Alex Ponce Aguirre
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2013-12-12T23:00:00+00:00


“Fui víctima de un ataque, y tengo a una persona herida que va conmigo. Necesito tu ayuda, espérame en el terminal de Trípoli, voy en el bus que llega a las cinco”

El viaje se estaba transformando en uno de los viajes más largo de toda mi vida, y no había tenido respuesta de Dalia. Tenía que pensar en algo.

Me pareció ver que Alina estaba despertando.

—Oscar no he dormido nada. Puedo ver a los ángeles de la muerte aquí, ellos se van a llevar el alma de mi hijo al cielo. —me dijo lentamente con una mirada perdida.

—Alina, ¿Qué vamos hacer con su cuerpo?

Aquello era un problema grande porque, si alguien se daba cuenta o la policía nos descubría con el cuerpo de su hijo, los dos íbamos a terminar en la cárcel, le dije que mejor fuéramos a la policía y le contáramos la verdad; pero su respuesta fue categórica:

—No Oscar, lo vamos a bañar, después lo vamos a amortajarlo, y le daremos una sepultura, en un lugar donde no exista ninguna señal de los cruzados.

Le hablé a Alina que probablemente una amiga mía de nombre Dalia nos estuviera esperando en el terminal de Trípoli, si era así ella nos prestaría toda la ayuda necesaria.

El viaje transcurrió con en un estado de alerta permanente, confundiendo el dolor, la tristeza, y la angustia con el afecto el cariño y el amor.

El bus se demoró más de lo debido, pero ya estábamos en el terminal. Esperamos que se bajaran todos los pasajeros, mientras eso sucedía, miraba a través de las ventanas, si en el lugar se encontraba Dalia, aunque no me había respondido mi mensaje, tenía la esperanza que estuviera allí.

—¿Qué estas esperando? ¡Bajemos ya! —me dijo Alina.

Ella iba delante con el cuerpo de su hijo y yo la seguía detrás. Me dirigí en busca de las maletas; luego, comenzamos a caminar en busca de un taxi; cuando hablaba con uno de los choferes para que nos llevara a un hotel, perdí todas las esperanzas de volver a ver a Dalia.

El chofer del taxi era un hombre que parecía muy simpático, dijo llamarse Vasili. Me pasó su tarjeta, por si llegáramos a necesitar otra vez un taxi. Llegamos al hotel más cercano, Alina en todo ese recorrido no dijo nada; me daba la sensación como si estuviera ausente. Entramos al hotel, pero en ese momento no había nadie en la recepción. Llevábamos esperando más de diez minutos para que alguien nos atendiera. En ese instante aparece Dalia.

—¿¡Qué pasa!? ¿Dónde está esa persona herida? —me dijo Dalia con un ritmo apresurado.

Mirándola a los ojos le dije que ya no estaba herida, estaba muerto y era él bebe que estaba en los brazos de la muchacha que me acompañaba.

—Tienes que ayudarnos. —le dije.

—¿Cómo sucedió?

Le conté los detalles de la situación, pero no podíamos seguir hablando en aquel lugar porque había llegado el encargado. Dalia me dijo que saliéramos de allí, que fuéramos al pueblo donde se encontraba la comunidad, tenía que llegar a dicho



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